
Por su propia naturaleza y propósito, la empresa está orientada a resultados, y por lo tanto, la actividad de sus empleados y sobre todo de las personas que deben liderar al equipo, también. Si nos centramos en la tarea específica de la dirección de personas, este propósito último de la empresa invita a poner el foco en las acciones, los procesos o en definitiva a la manera de cómo se deben realizar las cosas. Cómo motivar, como crear un buen ambiente de trabajo, cómo aprovechar el conocimiento dentro de la empresa, cómo conseguir un ambiente productivo, cómo hacer equipo, etc. Para ello existen diversas técnicas, modelos de gestión o prácticas empresariales que correctamente aplicadas conducen a mejorar todos estos aspectos.
Pero al hablar de Liderazgo Emocional, se está poniendo sobre la balanza no solo las acciones que cada miembro de la empresa realiza, sino toda la carga de emotividad que van oficiadas a ellas, al trabajo del día a día o a la propia pertenencia de la organización. El directivo se convierte no solo en un organizador, sino en un emisor de emociones y en un referente. Es entonces cuando el SER cobra más importancia que el HACER.
Aspirar a la excelencia. Ser excelente para lograr resultados excelentes con un equipo excelente. Y esa excelencia personal está ligada a la excelencia ética en el comportamiento. Sería lo que todos reconocemos por ser una buena persona. Para Aristóteles, una buena persona es la que busca actuar virtuosamente, y cuando no lo hace, es consciente de ello e intenta rectificar. Por lo tanto, es algo muy alejado de la perfección, lo que lo hace accesible a todos. Pero por otro lado, supone una gran exigencia personal, ya que afecta no solo a las acciones que el directivo realiza en su actividad, sino a su intencionalidad y a su comportamiento humano en general. Va mucho más allá de las técnicas directivas, sino que involucra a todo la persona.
Según Alex Havard, autor del libro “Liderazgo Virtuoso”, el liderazgo consiste en alcanzar la grandeza personal desarrollando la grandeza en otras personas. Por lo tanto, para ser un buen directivo, primero hay que ser buena persona. Es decir, desarrollar unas virtudes personales. Aunque sólo esto no basta. Habrá luego que ser profesional en el ejercicio del liderazgo, pero está claro que sin ser buena persona, no hay forma de alcanzar la excelencia directiva. Y siendo sinceros, normalmente eso hay que proponérselo. No nos sale solo, aunque es verdad que la práctica ayuda a que salga más fácil.
Artículo de Javier Serrano, OEM Project Manager Europe – ASC/Airtex